Tercer domingo de pascua – Ciclo C
En la celebración del cincuentenario pascual hemos
de recobrar nuestra conciencia de miembros vivos de la Iglesia, como comunidad
de testigos responsables de la Resurrección y de la obra salvadora de Cristo en
medio del mundo. La liturgia de estos domingos nos ofrece como tema de
meditación el Misterio de la Iglesia, prolongación del Misterio de Cristo, en
el que hemos sido injertados por el bautismo.
1.
ORACIÓN:
Que tu
pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu,
y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de
resucitar gloriosamente.
Por
nuestro Señor Jesucristo.
1. 2.
Lecturas y comentarios
2.1.LECTURA
DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 5, 27B-32. 40B-41
En
aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los Apóstoles y les dijo: –¿No les
habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, han llenado
Jerusalén con su enseñanza y quieren hacernos responsables de la sangre de ese
hombre. Pedro y los Apóstoles replicaron: –Hay que obedecer a Dios antes que a
los hombres. «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien ustedes
mataron colgándolo de un madero.» «La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe
y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los
pecados.» Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los
que le obedecen. Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de
Jesús y los soltaron. Los Apóstoles salieron del Consejo, contentos de haber
merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.
Han sido, al parecer, los envidiosos saduceos
quienes han incitado la reacción del Sinedrio. Los apóstoles continúan serenos
anunciando la Buena Nueva, la obra de Jesús. Su predicación encuentra eco en
los oyentes; tienen éxito. Se les escucha con agrado, y muchos dan un viraje
completo a su pensamiento; se convierten. La autoridad interviene de nuevo.
La actividad de aquel grupo de hombres iletrados inquieta a la máxima autoridad
religiosa del pueblo judío. Los discípulos del Crucificado han hecho caso omiso
de la prohibición primera. Se les acusa de desacato a la autoridad. Se les
encarcela, y, tras ser liberados milagrosamente, se les obliga a comparecer
ante el Sumo Sacerdote.
La réplica de Pedro es categórica: Hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres. Pedro y los apóstoles son conscientes de su
vocación de testigos. Son profetas. Han sido llamados y enviados a dar
testimonio de la Resurrección de Jesús, de aquel que murió crucificado. En él
obra Dios la Salvación tan largamente esperada. En otras palabras, Dios los ha
enviado a predicar la Buena Nueva, cuyo núcleo es la obra redentora de Cristo
en su Muerte y Resurrección. Es una misión suprema, ante la cual se estrellan
todas las autoridades y poderes de todo tipo. Están investidos del poder de lo
alto y su misión no puede fallar. No pueden claudicar. Testigos, pues, de la
Resurrección y movidos por el Espíritu Santo han de continuar la obra por
encima de todo. La suprema autoridad de Israel no tiene autoridad. Su función
ha terminado. Continuar en ella, al margen de Cristo, es, además de anacrónico,
opuesto a los planes de Dios. Vislumbramos ya la separación de comunidades. He
ahí dos mundos: Ley-Espíritu, Sumo Sacerdote-Pedro, castigo-gozosa
promulgación de la verdad. Es característico de la primera comunidad el gozo.
Se manifiesta así la presencia del Espíritu. La Iglesia perseguida, la Iglesia
gozosa en el Señor, la Iglesia que da testimonio. Así la Iglesia de todos los
tiempos.
2.2.SALMO
RESPONSORIAL: SAL 29, 2 Y 4. 5 Y 6. 11 Y 12A Y 13B R.
Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R.
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R.
Tañed
para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante,
su bondad, de por vida. R.
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante,
su bondad, de por vida. R.
Escucha,
Señor, y ten piedad de mí,
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R.
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R.
Salmo de acción de gracias por la liberación de un
peligro de muerte. La acción liberadora de Dios arranca del corazón del
agraciado un canto de alabanza. La necesidad apremiante obliga a la súplica
urgente. El beneficio personal se siente comunitario y la alabanza se alarga
a todo el pueblo. La experiencia personal se eleva a principio, se convierte en
regla de sabiduría y funda la decisión de un servicio perenne. El señor es más
fuerte que la muerte. Es el mensaje del salmo.
2.3.
LECTURA DEL LIBRO DEL APOCALIPSIS 5, 11-14
Yo, Juan,
miré y escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones
alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz
potente: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la
sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y oí a todas las
creaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar,
–todo lo que hay en ellos– que decían: «Al que se sienta en el trono y al
Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los
siglos.» Y los cuatro vivientes respondían: Amén. Y los ancianos cayeron rostro
en tierra, y se postraron ante el que vive por los siglos de los siglos.
La visión comienza en el capítulo cuarto y se
alarga hasta aquí. Es como el pórtico a todo el libro.
Preside la escena la figura de Dios Padre. Dios,
Señor de la historia, ha trazado ya el destino de la Iglesia y del mundo. Ahí
está el libro escrito: la decisión de Dios inmutable. Dios inaccesible,
transcendente, se deja tocar por Cristo. A él se le ha otorgado la potestad de
romper los sellos, de abrir el libro. Él puede revelar el contenido y puede
asimismo acercar a Dios al hombre, o, si se quiere, introducir al hombre en la esfera
divina. El contacto -de por sí imposible- del hombre con Dios se realiza por
Cristo. Cristo es el único mediador, el único Salvador. Todo lo que está fuera
de él es falso y engañoso. El Cordero señala -no una idea, no un ser
impersonal- a una persona concreta en una misión bien determinada: Cristo
paciente, muerto por nosotros y resucitado. Es el Verbo hecho carne. Nos
recuerda al Cordero pascual con todo el peso bíblico, teológico y salvador que
la imagen encierra. El Cordero es, además de la figura central, el
acontecimiento clave. El más grandioso acontecimiento de la historia es la
crucifixión de Cristo. Cristo es el realizador de las esperanzas mesiánicas.
Cristo ha sido encumbrado a la soberanía de todo el mundo. A él la gloria y el
poder.
Nótese el carácter marcadamente litúrgico del
pasaje. Estamos dentro de una liturgia, no dentro de una exposición teológica.
Se nos invita a la aclamación. Es algo cultual. Nosotros mismos tomamos parte
en esa liturgia. El Cristo celeste es el mismo que preside la liturgia
terrestre. Y la liturgia terrestre, sin dejar de ser algo real, es pálida
imagen de la liturgia celeste. Las voces de los ángeles, el eco que despiertan
en toda la creación, la actitud de los ancianos nos envuelven y arrancan
nuestras voces de alabanza. Los planos celeste y terrestre forman una sola voz;
el Señor es uno y es el lazo que une a Dios con la creación entera. Cristo,
muerto y resucitado, es el Señor del universo. Salirse de este coro es un
suicidio; es como salirse de la existencia a la nada.
2.4.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 21, 1-19
En aquel
tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de
Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás
apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos
discípulos suyos. Simón Pedro les dice: –Me voy a pescar. Ellos contestaban:
–Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no
pescaron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;
pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: –Muchachos,
¿tienen pescado? Ellos contestaron: –No. El les dice: –Echen la red a la
derecha de la barca y encontraran. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla,
por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a
Pedro: –Es el Señor. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo,
se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la
barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red
con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima
y pan. Jesús les dice: –Traigan de los peces que acaban de pescar. Simón Pedro
subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes:
ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les
dice: –Vamos, almuercen. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle
quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y
se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció
a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer
dice Jesús a Simón Pedro: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Él le
contestó: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: –Apacienta mis
corderos. Por segunda vez le pregunta:
–Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Él le contesta: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Él le dice: –Pastorea mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: –Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: –Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: –Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: –Sígueme.
–Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Él le contesta: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Él le dice: –Pastorea mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: –Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: –Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: –Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: –Sígueme.
La conciencia y realidad de la Iglesia como
prolongación de Cristo aflora constantemente en los últimos capítulos del
evangelio. Aquí se delinea claramente. Podemos dividir la lectura en dos
partes: a) la pesca milagrosa; b) el diálogo de Jesús con Pedro. Esta última
continúa la primera.
Cristo es la figura central. Cristo resucitado,
Cristo el Señor (así lo llama el discípulo amado). Tras él, Pedro. Pedro dirige
la acción: toma la decisión de ir a pescar, se tira de la barca, arrastra la
red repleta de peces, mantiene el diálogo con Jesús. Un poco más apartados,
los Doce. Al fondo, la red llena de peces y el rebaño de ovejas y corderos.
Todo bien medido, bien pensado.
Cristo resucitado es el centro. Sin él no tiene
sentido la escena. Él realiza el milagro, él prepara la comida, él dirige la
acción de lejos, él, el Señor de las ovejas, él, el punto de atracción -¿me
amas?- y el elemento de cohesión. Cristo, el Señor.
Pedro es el primero. Cristo le confiere el Primado.
Pedro había prometido ser el más valiente: Aunque todos te abandonen, yo no te
abandonaré. Pero le había negado tres veces. A él va dirigida la pregunta: ¿Me
amas? Cristo exige una sencilla, pero firme, declaración de amor. Pedro ama a
Cristo. Pedro no se atreve a afirmar que le ama más que los demás. Pero sí sabe
que le ama. La triple pregunta le recuerda su triple flaqueza y se entristece.
Cristo le entrega el cuidado de su rebaño. No puede cuidar el rebaño quien no
ame a Cristo tiernamente, pues él y el rebaño son una misma cosa. Pedro
expresará así su amor al maestro: apacentando las ovejas. Su misión y oficio
lo conducirán al martirio, expresión, la más palmaria, del amor que profesa al
Maestro. Morirá, según una tradición antigua, en cruz cabeza abajo. Absoluta
fidelidad al Señor. Así, pues, su seguimiento: apostolado, primado, martirio.
La Iglesia está aquí claramente simbolizada por la
abundante pesca y el rebaño. Es una red que no se rompe, una red que arrastra
toda clase de peces, muchos, abundantes. Los apóstoles son pescadores de
hombres. Su mensaje va dirigido a todos los pueblos. Y por muchos y diversos
que sean no han de romper la red. Lo asegura el Señor resucitado. Tampoco se
ha de escindir el rebaño. Él es el Pastor. Pedro su representante. Cristo ha
resucitado. Se adivina ya su ida al Padre. Se afirma su presencia entre los
suyos. La Iglesia se reúne en torno a él. Los apóstoles la gobiernan en su
nombre. Pedro es el primero. Una misión de este tipo sin amor sería imposible.
Se alza visible la palma del martirio. Jesús dirige la acción desde dentro.
Reflexionemos:
El evangelio nos presenta a Cristo resucitado.
Jesús atiende eficazmente a su Iglesia: la pesca milagrosa, la provisión del
Primado. Es el Pastor supremo. Es el Señor. Es de notar el tono de reverencia
y respeto, sin aminorar la confianza, que expresa esa denominación: es el
Señor. Es ya objeto de culto.
La segunda lectura subraya ese aspecto trasladándonos
a la liturgia celeste. El nombre del Cordero es sugestivo. Expresa la
identidad, a la vez que alude al misterio mismo de la redención, del Cristo
entronizado formando una unidad con Dios, con el Jesús que padeció por
nosotros. La imagen es rica y podría desarrollarse sin mucho esfuerzo. Todos le
deben adoración. Nosotros, y con nosotros la creación entera, lo adora como
Señor y Salvador. El puesto clave, para la inteligencia del misterio de Dios,
de sus planes y aun de la misma creación, se manifiesta evidente. El hombre se
desconocerá a sí mismo y al mundo que le rodea, si no llega a Dios por Cristo.
Honor y gloria a él. Conviene recalcar este elemento de adoración a Cristo, un
tanto olvidado hoy día por desgracia. Los magníficos iconos orientales son una
buena inspiración. Conviene recalcar también el elemento cultual. Es un aspecto
intrínseco a la constitución de la Iglesia. También esto ha estado un tanto
olvidado. La gran celebración cultual.
La Iglesia ve su destino y su imagen en la segunda
lectura: reflejo de la liturgia celeste. También el evangelio le atañe bajo
diversos aspectos. La pesca: la voz del Maestro, la abundancia de peces, la
red que los contiene, la barca de Pedro. El Primado de Pedro: el rebaño, el
pastoreo, el amor requerido, el Maestro.
Una instantánea de la Iglesia nos la ofrece la
primera lectura. Los apóstoles dan testimonio de Cristo resucitado. Son testigos
y mensajeros de la salvación realizada por Dios en Cristo. Un testimonio
válido y contra toda oposición. La Iglesia padece en sus representantes la
pasión de Cristo: son perseguidos. Por otra parte empalma bien con el
evangelio. Para ser testigo es necesario amar al Maestro. Hay que estar
dispuesto a dar la vida en el cumplimiento de la misión. Dios es antes que los
hombres bajo todo punto de vista. La Iglesia de hoy, como la de todos los
tiempos, ha de sufrir persecución en el desempeño de su misión. Hay que ser
valientes. Sobre todo sus representantes, los pastores. ¿Cómo se puede ser
pastor, si no se ama? ¿Cómo se aguantarán los improperios, si no nos acompaña
un tierno afecto a Cristo?
El tema del gozo no deja de ser también interesante.
No vamos solos. El Espíritu nos sostiene. Eterna paradoja: sufrir gozosos.
3.
ORACIÓN:
Escucha,
Padre, nuestra oración. Te la presentamos unidos a tu Hijo, que ha muerto y ha
resucitado por nuestra salvación, a quien tú has dado todo poder y gloria, y que
intercede continuamente por nosotros ante Ti. Él que vive y reina por los
siglos de los siglos. Amén.
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